«Ni el mejor director del mundo podría sacar una empresa él solo»
10/04/2016
Empresarios. José Luis Rebordinos, Director General de Donostia Zinemaldia.
Cuando se corre el telón, el Festival de Cine sigue vivo en los despachos de la empresa que lo ‘fabrica’. Rebordinos muestra la cara más empresarial del certamen de las estrellas. «Tenemos objetivos culturales, pero también económicos, y nos organizamos como una empresa ordinaria»
Es un viernes de primeros de abril y la mañana se le ha ido a José Luis Rebordinos casi sin darse cuenta entre decenas de llamadas, reuniones y preparativos de cara al Festival Internacional de Cine de septiembre. Mientras que para la mayoría de la gente el certamen cinematográfico queda todavía muy lejos, en la sede del Zinemaldi, ubicada en el edificio de Tabakalera, en Donostia, el trabajo ya ha metido la tercera. «Para nosotros el festival es algo continuo, el trabajo no acaba con cada edición. Ésta es una empresa, una sociedad anónima en la que hay mucho que hacer todos los días». Su director general desde hace casi cinco años, José Luis Rebordinos (Errenteria, 1961) nos acerca a la realidad del festival cuando se apagan los focos.
– Creo que ésta va a ser la entrevista menos glamurosa de las que le han hecho.
– Me han hecho entrevistas muy raras, no crea.
– Ya, pero es que en ésta me interesa más la dirección de la empresa que la parte bonita, la del cine y las estrellas. Los entresijos.
– Perfecto. Lo que diga…
– Para empezar, ¿cuánta gente trabaja aquí, en el Zinemaldi?
– Durante el año trabajamos aproximadamente 27-28 personas y cuando llega el Festival alcanzamos las 650. En un estudio que hicimos llegamos a la conclusión de que, si analizáramos todos los empleos durante el año, seríamos una pyme de 89 personas.
– ¿Tantas personas se necesitan para preparar un festival?
– Sí, y para estar en una situación cómoda probablemente deberíamos tener algo más de personal durante el año.
–¿Cree que hay muchas diferencias entre una empresa dedicada a la cultura y otra más ordinaria?
– Nuestro objeto es la cultura y claro que eso nos diferencia de empresas que se dedican, por ejemplo, a la máquina herramienta o los servicios, pero también hay un montón de aspectos que compartimos y que nos hacen iguales. Yo defiendo mucho que las empresas culturales tienen que reivindicarse como empresas, como parte del tejido empresarial de un territorio; obviamente, no somos tejido industrial, pero sí somos tejido empresarial, y muchas veces da la impresión que la cultura es una cosa que va por otro lado, y yo no estoy en absoluto de acuerdo. Nosotros somos una sociedad anónima con unos objetivos culturales, pero también económicos, y contamos con una dirección de personal, con unos departamentos y con un funcionamiento habitual en una empresa.
– ¿Cómo es el trabajo aquí? Sé que usted solo puede leer libros de octubre a febrero...
– Sí, luego ya es difícil. El trabajo varía mucho según las épocas. Cuando acaba el festival (en septiembre) hay que pedir y justificar subvenciones, es el momento de buscar financiación, de cerrar los acuerdos con los patrocinadores... Y luego hay todo un trabajo previo de documentación, de ver qué es lo que va a haber cada año y de cerrar películas. El festival es como una especie de continuo, no es que termine uno, pares y empieces otro nuevo. Por ejemplo, películas que este año estamos intentando tener, igual hace tres años que las seguimos. Los primeros meses, hasta febrero, tienes mucho trabajo, porque aquí no se para nunca, pero no tienes presión.A partir del festival internacional de cine de Berlín la cosa empieza a dispararse y, a partir de mayo, que es el de Cannes, ya para nosotros empieza la locura, con jornadas de catorce, quince horas y en agosto y septiembre ya lo que haga falta.
– ¿Si tuviera que definir en una línea su papel, su trabajo sería...?
– Ser una especie de director de orquesta. Aunque creo que eso cualquier director en cualquier sitio. En el éxito de un festival la dirección es importante, pero más los equipos que haya. El mejor director del mundo nunca va a poder hacer un festival, ni creo que sacar adelante una empresa él solo, y yo es algo de lo que siempre me he sentido muy orgulloso: de saber rodearme de gente que trabaja muy bien. Luego, claro, los resultados de nuestra empresa muchas veces no dependen únicamente de lo que nosotros hagamos, sino de terceros. Por ejemplo, todos los años intentamos traer estrellas internacionales, pero dependen de giras de promoción, estrenos…
– Y las miradas se vuelven hacia el director. ¿Es fuerte la presión?
– Sí, la ciudad vive el festival como propio, y la presión es muy fuerte, pero al mismo tiempo la ayuda es muy fuerte también, porque la gente llena las salas. Eso no pasa en todos los festivales, y es muy importante.
– ¿Qué sello personal le gustaría dejar en el Festival?
– En dejar un sello personal no tengo mayor interés, sinceramente, creo que llega un momento en tu vida en que esas cosas ya no te importan mucho. Pero a mí, sí me gustaría dejar un festival con algunos cambios con respecto al que recogí. Cada época tiene sus momento, y yo suelo decir que Diego Galán fue el hombre que convenció a esta ciudad que el festival era suyo, de todos. Olaciregui consiguió sobre todo ponerlo en el mundo. Y a mí me ha tocado un poco salvar el festival en épocas de crisis, mantenerlo en el nivel y, en estos cinco años, nuestro sello ha sido sobre todo traer industria.
– ¿En qué sentido?
– El festival de San Sebastián no era un festival de industria, era más un festival de prestigio, de películas. Hace cinco años teníamos alrededor de 800 personas de industria acreditadas y ahora pasamos de las 1.400. Hemos creado un foro de coproducción entre América Latina y Europa, hemos reforzado cine en construcción... También me gustaría dejar una estructura organizativa realmente moderna y aumentar la presencia de prensa internacional.
– ¿Alguna vez imaginó que acabaría trabajando en este sector?
– En este sector sí. Yo trabajé en la caja de ahorros de los 17 a los 27. Entré como botones y estuve diez años, que han sido muy importantes para mi formación empresarial, pero en los que estuve, a la vez, haciendo cosas relacionadas con el cine en mi tiempo libre. Fundé un Cine club con 19-20 años en Errenteria, con unos amigos y, cuando me surgió la oportunidad de ir a Donostia Kultura como director de la Unidad de Cine, me presenté, saqué la plaza y entonces pedí una excedencia en la Kutxa y, cuando se acabó, ya me quede allí. Era mi sueño trabajar en el mundo del cine, y me dirigí hacia él, pero no pensé que sería el director del festival.