De cómo lo contaríamos... si la verdad fuese acuerdo
21/07/2022
Paul Liceaga, Director general adjunto de Adegi
De un tiempo a esta parte pareciera que la sociedad está dividida en bandos, la ciudadanía en frentes o la política en bloques atrincherados, tanto que a veces da la impresión de que en muy poco tiempo, el suelo que pisamos se ha abierto y cada día que pasa deja nuestros pies más separados, lo que no deja otra que saltar a uno u otro lado, contando que poco de lo que pase en un lado sucederá en el otro o a saber cómo se contará.
En la misma dirección resulta muy llamativa la manera con la que se cuentan los acuerdos a los que las personas llegan en el ámbito profesional, de tal suerte que rara es la vez en la que el relato se centra en el valor mismo del acuerdo, esto es, el agotador, trabajoso, largo e ingrato en ocasiones, itinerario según el cual desde la responsabilidad, el temple y la serenidad, deberíamos atender las razones que llevan, al que identificamos como contrario, en adelante, el contrario, a defender un postulado, los intereses que guían su discurso o los motivos cualesquiera que le impulsan a mantenerse en sus trece. Todo ello mientras sostenemos inasequibles al desaliento nuestras posturas procurando cómo las noches, mil y una maneras de explicarnos o hacernos entender. Si la resolución de controversias en su acepción más extensa solo la entendemos desde el anhelo de victoria, desde el intento de evitar la derrota o peor, cargarnos al mensajero o el desprestigio del que hemos venido a denominar sin remedio como el contrario será difícil encontrar aquellas vías, las alternativas o los resquicios angostos que persigan, si de verdad queremos y la mejor vía es el acuerdo, desbloquear un entuerto, desmadejar un desencuentro o desatar un nudo.
En un proceso de negociación en el que deberíamos empezar por preguntarnos honestamente si de verdad queremos acuerdo, deberemos tirar por la borda nuestras pasiones y confiar, si es el caso, en quienes vayan a representar nuestros intereses. Habrá que chequear si disponemos de todos los ingredientes que darán lugar a su consecución. Entre otros, centrar el conflicto de intereses y abordarlo con amplitud de miras, crear el mejor clima posible sin imponer una solución de manera unilateral, buscar objetivos comunes o discutir el problema a fondo de manera franca y calmada haciendo finalmente seguimiento del cumplimiento de los acuerdos.
En la misma dirección si es evidente que debemos propiciar un contexto sincero enfocado al acuerdo, si este afecta a terceros y hay encuentro de voluntades, también deberíamos apalabrar cómo lo contaremos cuando salgamos ahí fuera.
No tanto lo conseguido o lo que han perdido, lo que hemos ganado porque otros han claudicado, lo que hemos arrebatado de sus afilados dientes (los del contrario) o la inmisericorde valoración del acuerdo en función de cuánto le hemos reconocido a nuestro buen contrario. Sino que el resultado, sea con barba o con bigote es fruto del entendimiento. Que las meninas o el ecce homo de Borja, no es lo menos malo o fruto de la presión ejercida, sino que es, o debería ser lo que ambas partes hayamos dado por bueno, razonable, suficiente o sencillamente viable. Ahí reside o por ahí cerca la verdadera madurez y si no se dan estos mimbres o no vamos a dejar ni un momento la lupa de gran aumento directamente no debería haber cestos ni el intento de hacerlos ya que además de no llegar a entendimiento, se generará desconfianza, frustración por no decir un rebotes a mil bandas además de un desgaste baldío.
Si la historia en este sentido ha demostrado que pertenece a quien la cuenta, la única defensa ante los efectos que puede tener conocer una sola versión al momento de emitir un juicio de valor o mantener una ideología no puede ser que debemos preocuparnos en conocer todas las versiones para que nuestra capacidad de entendimiento o reflexión no queden muy limitados. Quizá la solución sea también acordar cómo contamos las cosas. Si apalabramos como contaremos el resultado con detalle del esfuerzo que haya hecho cada parte quizá rompamos además el pertinaz empeño de encasillamiento, etiquetas y prejuicios lo que es perfectamente compatible con la existencia de diversas visiones o enfoques contrapuestos o intereses en liza.
En esto también como en las empresas para adaptarse al inestable y retador futuro que nos espera, está claro que necesitamos una nueva cultura que nos ubique ante los acuerdos como resultados compartidos de procesos a los que deberemos ir con contenidos viables, realistas y acordes al momento para defenderlos con firmeza pero procurando la mejor disposición a entender a ese supuesto contrario que deberá también llevar discursos viables y realistas reconociendo abiertamente lo que objetivamente sea razonable.